El papel se retuerce, la tinta se expande, se deforman las ideas, el fuego tintinea a lo lejos. A veces, son gatos negros y otras, rostros y figuras sin sentido. También frases y máscaras.

sábado, 2 de marzo de 2013

Nos escondemos.


Miro alrededor. No. No está bien. Ni siquiera arriba, abajo, todo alberga el mismo color invisible, extraño. Un color que se adhiere a la piel, a los ojos, a la garganta. Nos transforma en ellos. Somos ellos. Y no hay escapatoria, sabes, aunque nos escondamos. Que lo hacemos. Intentamos guardar ese atisbo de luz, esa imagen de un mundo de años atrás congelado en una instantánea Polaroid. Con la capucha puesta, la cremallera del abrigo hasta arriba. Nos dejamos arrastrar, son, sencillamente, demasiadas manos. Ni siquiera se libran los gorriones. De verdad creo que están llenos de engranajes, y de metal, y que ya no comen migas de pan sino trocitos de cristal y tuercas y tornillos perdidos. Jugamos a las cartas, mareamos la baraja. Y te repito que tanta antena es la culpable de mi pérdida de energía. Se la lleva sin permiso. Por eso caigo, qué te crees.  Y ni hablar de paraguas para que no me calen las voces, ingente lluvia de voces sin significado, ni palabras, solo un zumbido, un incesante zumbido que recuerda a agua desbordándose, inundando las cocinas, subiendo su nivel, llegándome al cuello. Nos escondemos sí, nos escondemos. Pero nos encuentran con sus cables, sus ruedas de molino, sus cronómetros, sus satélites. Y nos encuentran, aquí, atesorando segundos.